viernes, 23 de julio de 2010

Entonces...

¡Oh! ¡Qué grato sería
libre y feliz, sin pesadumbre alguna,
con la adorada mía
por la floresta umbría
vagar al rayo de esta blanca luna!

Y a orillas de la fuente
ver la niña soltar sus trenzas blondas
al aromado ambiente,
y al agua transparente
con su imagen jugar sobre las ondas.

Y no con tanto anhelo,
harto el herido corazón de quejas
y amargo desconsuelo,
un pedazo de cielo
ponerme a mendigar desde estas rejas.

¡Oh! ¡Cuántas, dueño amado,
noches tan llenas de esplendor, tan bellas
en tiempo afortunado
los dos hemos pasado
al trémulo brillar de las estrellas!

Del espacio señora
con sus dardos de plata perseguía,
eterna viajadora,
la Diana Cazadora
nube tras nube en la región vacía.

Contaba sus dolores
el ruiseñor a los favoritos leves;
nos daban sus olores
las tempraneras flores
y un fresco soplo las postreras nieves.

Y la suerte entre tanto
tramaba convertir en un lamento
el amoroso canto,
trocar la risa en llanto
y el gozo puro en sin igual tormento.

¡Quién entonces creyera
que tan pronto, mi bien, gimiendo a solas
de ti, fiel compañera,
separado me viera
por dura cárcel y profundas olas!

¿Y quién pensar podría
que la ilusión del porvenir risueño,
en no lejano día
volando pasaría
como una sombra en fugitivo sueño?

¿Y éstas son las hermosas
albas del porvenir? ¡Delirio insano!
¡Ay, mis lirios y rosas!
¡Oh dichas engañosas!
¡Oh breves goces del amor humano!



Juan Clemente Zeneas

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